Jordi Corominas / Joan Albert Vicens
En agosto de 1936, con el Alzamiento militar ganando terreno en diversas zonas de España, el embajador oficioso de los rebeldes ante la República Italiana, el Marqués de Magaz, conspira para que se expulse de Italia al embajador de la República ante la Santa Sede, Luis de Zulueta. El filósofo Xavier Zubiri, amigo de Zulueta, está colaborando con él en los trámites de expatriación y alojamiento en Italia de sacerdotes y religiosos españoles que huyen de la persecución y la muerte en la zona republicana. Para atacar al entorno de Zulueta, Magaz difunde en Roma el bulo de que Zubiri es comunista y, por lo tanto, hostil al Gobierno fascista, y de que está enviando a la policía cartas falsas, usando nombres de españoles residentes, con acusaciones contra los «diplomáticos» de la Junta de Burgos que ya se han hecho cargo de la embajada ante el Gobierno italiano.
La reacción de la policía fascista no se hace esperar. Ponen bajo vigilancia a Zubiri y a su esposa e incluso registran en su ausencia la habitación donde se alojan. La acusación de comunista se la toman en serio los jesuitas, que le cierran las puertas del Pontificio Instituto Bíblico donde Zubiri está estudiando textos cuneiformes con el jesuita sumeriólogo Anton Deimel. Zubiri pide amparo al Cardenal Pacelli, Secretario de Estado del Vaticano, pero eso no evita que el 31 de agosto unos funcionarios policiales le entreguen una carta de expulsión de Italia. La misma suerte correrá el carmelita Bartomeu Xiberta, profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, el más íntimo amigo de Zubiri en Roma, que lo ha apoyado en su proceso de secularización y al que Xavier atribuye el renacimiento de su fe católica. Xiberta será expulsado por el Gobierno fascista en 1937 y se refugiará en los Países Bajos.
Entrado septiembre, cargados con sus maletas y escoltados por una pareja de carabinieri, los Zubiri atraviesan la frontera en Ventimiglia, en dirección a París. Su destino es la Ciudad Universitaria de la capital francesa y, más concretamente, el Colegio de España, a donde llegan el 8 de septiembre de 1936. Antes de partir de Roma, Carmen Castro ha escrito al director del Colegio, Ángel Establier, para avisarle de su traslado. Carmen ya había coincidido con él cuando se alojó en el Colegio, junto con Elena García del Valle y Consuelo Burell, para pasar la Nochevieja de 1934 en París. Tenía a la sazón 22 años.
El día 30 de septiembre el embajador Luis de Zulueta, con el personal de la embajada en su contra y desterrados de Italia, a instancias del Gobierno, sus mejores amigos y colaboradores, abandona su puesto y sale de Roma hacia París. Se instala también en el Colegio de España, donde se reencuentra con Zubiri. A finales de año se exiliará en Colombia. «Al llegar en el tren [a París] –explica la hija de Luís Zulueta, Carmen– nos esperaba Américo Castro, con profecías horribles. Hablaba a gritos y nos asustó a todos».
La Cité International Universitaire de París había sido concebida como un lugar de encuentro y confraternización de estudiantes e investigadores universitarios de todo el continente, con la idea de contrarrestar las actitudes que condujeron a la Primer Guerra Mundial y que vuelven ahora a tensionar la Europa de los años treinta, amenazada por extremismos de derechas y de izquierdas. En la Cité había cuarenta residencias de estudiantes promovidas por distintos países, entre las cuales se encontraba el Colegio de España, cuya construcción se inició en 1929 y culminó en 1933, año en el que ingresaron los primeros estudiantes residentes. Salvador de Madariaga, entonces embajador en París, había impulsado en 1931 la finalización de las obras y también Américo Castro había participado en el proyecto.
En el Colegio de España confluyen españoles afines a los dos bandos enfrentados en la guerra y otros que podrían situarse en la llamada «Tercera España». El director del Colegio, el farmacéutico y diplomático Ángel Establier, intenta preservar la buena convivencia entre ellos por encima de discrepancias ideológicas. Para ello prohíbe las discusiones ideológicas en los espacios comunes del Colegio. En su libro Biografía de Xavier Zubiri, Carmen Castro resume así su paso por el Colegio:
Vivimos en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria hasta el otoño de 1938. En el Colegio de España estaban entonces los hermanos [Gutiérrez] Solana [José, el pintor], [el escritor] Pío Baroja, [el médico] Pío del Río Hortega, [el físico] Blas Cabrera y su mujer, [el bioquímico] Severo Ochoa y la suya, el matrimonio García-Barnés, [el jurista] Javier Conde y estudiantes de diversos países. El director de la Casa, Ángel Establier, tenía un exquisito sentido de la convivencia, y habiéndose reunido allí, durante nuestra guerra, intelectuales, artistas y universitarios de muy varia ideología, nada aconteció nunca. Verdad es que Ángel Establier pertenecía al Comité de Cooperación Intelectual, organismo dependiente de la Sociedad de Naciones, del que ha salido en su día la UNESCO. Establier estaba avezado a templar diferencias y a impedir las más de las veces que surgieran entre intelectuales. Pienso, además, que todos teníamos el alma tan angustiada que podíamos comprender muy bien el dolor ajeno. Cambiábamos noticias de los seres queridos, que estaban en una u en otra España, o a la deriva por el mundo.
El mismo Establier, solícito con los nuevos ocupantes, ayudará al matrimonio Zubiri a conseguir el récépissé, el documento previo a la obtención de la residencia francesa.
Zubiri irá coincidiendo en el Colegio con colegas universitarios que han tenido que salir de España para salvar la piel. Con Severo Ochoa trabará una íntima amistad y una voluntad de colaboración que durará toda la vida. Casualmente, Pío Baroja vive refunfuñando en la habitación en frente de la de los Zubiri, donde trabaja en su obra literaria con la puerta abierta, de modo que los que pasan por allí pueden escuchar los comentarios en voz alta que se espeta a sí mismo. Para sorpresa del filósofo, una mañana lo invita a acompañarlo a una ejecución con guillotina en el centro de la capital. Zubiri, por supuesto, se niega a ir.
El Colegio, pese a su inspiración académica y convivencial y a pesar de los esfuerzos de Establier, no logrará mantenerse ajeno al conflicto español. Poco después de la llegada de los Zubiri, el embajador de la República en París, Luis Araquistáin, se enfrenta a Establier y pretende destituirlo por haber acogido a residentes desafectos al Gobierno de Madrid, a los que quiere expulsar del Colegio, entre los cuales, conjeturamos, debe figurar el propio Zubiri. La Universidad de París y el Gobierno francés se ponen del lado de Establier, que logra mantener su criterio y su puesto, porque el Colegio depende de las autoridades francesas al haberle retirado la financiación las autoridades españolas desde el comienzo de la guerra.
Zubiri le agradecerá a Establier que haya resistido las presiones de Araquistáin y que haya salvaguardado la convivencia entre los residentes, impidiendo que ingrese gente fanática e intolerante de uno y otro bando. Así lo refiere en una carta a José Ortega y Gasset del 30 de septiembre de 1936:
Aquí ya está llegando alguna gente. Vinieron [Blas] Cabrera y (últimamente) [el ingeniero Esteban] Terradas. [Ángel] Establier con gran tacto ya está seleccionando las admisiones. Esto hace que en conjunto sea esto no tan ingrato (me refiero al ambiente «político»; en lo demás, perfecto). Se mantuvo enérgico frente a [Luis] Araquistáin y su actitud ha sido ayer reafirmada oficialmente por la Universidad de París.
Lo cierto es que Xavier Zubiri y Carmen Castro, a partir de su estancia en París, anudarán una amistad permanente con Ángel Establier y no se olvidarán de felicitarlo cada Año Nuevo.
El 10 de enero de 1937, aconsejado por su hermano Fernando, que ha ejercido un breve tiempo como alcalde «nacional» de San Sebastián, Zubiri envía desde París un escrito de adhesión a la Junta de Burgos para curarse en salud ante una posible victoria de los nacionales. Sin embargo, el bando nacional no confía en él. Este mismo mes circula una lista de catedráticos supuestamente masones o colaboradores de la República, en la que figura Zubiri junto a Manuel García Morente, José Gaos, Gregorio Marañón y José Ortega y Gasset, entre otros. Es el resultado de las comisiones que creó el Gobierno de Burgos el 11 de noviembre anterior para depurar los estamentos docentes.
El 6 de junio de 1937, a pesar de su escrito de adhesión, el Servicio de Inteligencia Militar de los nacionales lo ficha como «exsacerdote, casado, adherido rojo» y cuando vuelva a España, a finales de 1939, será sometido a un proceso de depuración. Para muchos franquistas no es una persona de fiar por su vinculación familiar con el notable republicano Américo Castro, su abandono del sacerdocio en un momento de asedio a la Iglesia, su colaboración con Luis de Zulueta en Roma, o su proximidad a catedráticos republicanos y supuestamente masones señalados por los nacionales.
Zubiri, que se había ilusionado en 1931 con el proyecto republicano, se ha distanciado, más que de la República, del bando republicano beligerante en la guerra, a causa sobre todo de la criminal persecución religiosa que se ha desencadenado en España en los primeros meses de la contienda. Los asesinatos selectivos de los milicianos han golpeado a algunos amigos suyos y en Roma ha conocido de primera mano los estragos de la persecución. Piensa que la República ha quedado en manos de los sectores más radicales, anarquistas y comunistas, mientras que desconoce todavía lo que pueda representar una victoria de los nacionales. Pese a ello, nunca emitirá ninguna señal pública, en su estancia en Roma o en París y después el resto de su vida en España, de que simpatice con Franco o con la ideología del nuevo régimen.
Durante el año 1937 la República sigue dando oportunidades para que los profesores ausentes regresen a sus puestos. Así, el 6 de agosto de 1937 se abre otro «plazo de un mes para presentar la instancia para el reingreso de los funcionarios», mientras que el 27 de este mismo mes se explicita que «la solicitud de reingreso debe ir acompañada del cuestionario de depuración» y al día siguiente, el 28, se resuelve que «los catedráticos que se encuentren en la zona afecta al Gobierno de la República o en el extranjero deberán presentarse en la Universidad de Valencia antes del 15 de septiembre». Pero ni Xavier Zubiri ni un apreciable número de catedráticos atienden las llamadas. El hecho de que no regrese a España para reincorporarse a su cátedra, como le ha sido ordenado, convierte a Zubiri en un ciudadano hostil a la República.
El 27 de septiembre de 1937 Zubiri es suspendido como catedrático por el rector de la Universidad Central de Madrid, su antiguo alumno José Gaos (decisión ratificada en un decreto de la Gaceta de la República de 4 de diciembre) y el 2 de diciembre de 1937 el Gobierno republicano firma una orden expulsando de sus cátedras a «un grupo de profesores universitarios» que, «manifestando una evidente falta de solidaridad con el pueblo español, que lucha con abnegación en defensa de las libertades nacionales, ha faltado abiertamente al cumplimiento de sus deberes más elementales». Entre ellos figuran José J. Zubiri, Blas Cabrera, José Ortega y Gasset, Américo Castro Quesada, Claudio Sánchez Albornoz, Apalategui, Luis Recasens Siches, Hugo Obermaier, Luis de Zulueta, Agustín Viñuales, y Ramón Prieto.
Depurado y considerado un desafecto por los «Hunos y los hotros» Zubiri prolongará su estancia en el Colegio de España hasta el 15 de noviembre de 1938, fecha en que se instalan en un piso en la rue Felicien David 24, de la capital francesa. En ese momento ya se ha consolidado su posición en París y pueden alquilar una vivienda. La calma durará poco: antes de un año tendrán que salir de Francia porque comienza en Europa lo que será la Segunda Guerra Mundial. Finalizando el verano de 1939, Zubiri, que no quiere irse a América (cosa que le desaconseja su amigo Morente desde Argentina), ni ha hallado lugar en la Universidad de Uppsala (Suecia), ni en la deseada Suiza, enfila el camino de Hendaya para entrar el 2 de septiembre en España, un país devastado material y espiritualmente, donde la guerra ha finalizado el anterior 30 abril con la victoria de los nacionales.
El Colegio de España como plataforma
Obligado a residir en París, el «refugiado de guerra» profesor Zubiri está decidido a aprovechar el tiempo en todos los sentidos posibles. El Colegio de España se convierte en la plataforma desde donde teje una red de relaciones que le permitirán conseguir trabajo para subsistir económicamente, congeniar con pensadores y científicos franceses de renombre, entrar en contacto con centros de estudios franceses de prestigio, proseguir sus investigaciones filosóficas y completar su formación científica, teológica y filológica.
Lo primero que hace en el Colegio es preparar un informe, «Manuscrits latins de la Bibliothèque Nacionale relatifs à la philosophie espagnole», para obtener una beca de investigación del Gobierno francés, que no le será concedida. Por suerte, el historiador e hispanista Marcel Bataillon, con el que había compartido curso en la Universidad Internacional de Santander (1933-1934), le facilita que dé clases particulares de filosofía a Olivier d’Ormesson, primo del escritor Jean d’Ormesson, y también le proporciona a Carmen Castro clases de español.
Asímismo, podrá impartir clases en la misma Ciudad Universitaria, en el llamado «Foyer d’étudiants catholiques», el «hogar» o albergue de los residentes católicos. La sede religiosa del «Foyer» es la iglesia del Sagrado Corazón, la capilla de la Ciudad Universitaria Internacional de París. En el seno del «Foyer», el Círculo de Estudios Religiosos ofrece a los estudiantes cursos de formación católica a un nivel universitario bajo la iniciativa de los sacerdotes Picard de la Vacquerie (el fundador del «Foyer» en 1925) y Marc-Armand Lallier. Ambos animan a Zubiri, filósofo y teólogo, a impartir dos seminarios los viernes, uno sobre «El misterio de Cristo», entre el 10 de diciembre de 1937 y diciembre de 1938, y otro, desde el 12 de enero de 1939 hasta el 2 de marzo de 1939, sobre «La vida sobrenatural según san Pablo». En el boletín del «Foyer», Chroniques du Foyer des Étudiants Catholiques, aparecerá en abril de 1938 una reseña del primero de los seminarios firmada por André Staercke, conocido político belga que entonces tenía 25 años: «Zubiri, les vendredis», y un artículo del mismo Zubiri: «A la mémoire du P. Lagrange, O.P., docteur de la tradition biblique». El segundo de los seminarios dará lugar a dos artículos que Zubiri publicará en la Nouvelle Revue Apologétique bajo los títulos «La vie surnaturelle d’après Saint Paul I y II», en marzo y abril de 1939, respectivamente. En esos años nace entre los Zubiri y Lallier una amistad que perdurará durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el sacerdote francés es movilizado, y después de la guerra, cuando Lallier es nombrado obispo, sucesivamente, de las diócesis de Nancy, Marsella y Besançon.
Por otro lado, en el Bulletin de l’Institut Catholique de París publica, en diciembre de 1937, el artículo: «Note sur la philosophie de la religión», pensando ya en el seminario «La filosofía de la religión en el pensamiento contemporáneo», que empieza a impartir el 4 de enero de 1938 en el Instituto Católico de París. Se trata del centro por excelencia de estudios católicos de teología y filosofía, donde Zubiri seguramente hubiera querido consolidarse como profesor de haber seguido en la capital francesa. En este curso trata los siguientes temas: «El problema de la religión y la irreligión como forma del ser humano (Bergson)», «La religión y el Ser (Blondel, Le Roy)», «El problema de la experiencia religiosa (William James, Delacroix, Baruzi)» y «El problema de las formas sociales de la religión (Durkheim, Lévy-Bruhl)». Del 12 de enero hasta el 2 marzo de 1939 continuará este seminario en su segunda parte titulada «Problemas de Filosofía y de Historia de las Religiones» planteando tres grandes cuestiones: «El problema de Dios en algunas religiones (semíticas, Israel, Grecia, cristiana)», «El hombre religioso» y «El hombre y Dios».
Mientras reside en el Colegio, participa también en el IX Congreso Internacional de Filosofía, conocido en esta edición como el «Congreso Descartes» por coincidir con el III Centenario del Discurso del Método y celebrado en la Sorbona entre el 31 de julio y el 7 de agosto de 1937. Cuenta con 800 inscritos y se reciben más de 300 comunicaciones. Paul Valéry lo inaugura en nombre de la Academia Francesa. Entre los ponentes destacan M. Henri Gouhier, Jacques Maritain, Jean Laporte, Pierre Mesnard, Gaston Milhaud, Rudolf Carnap, Louis-Victor de Broglie, Léon Brunschivcg, Henry Corbin, Jean Wahl, Gabriel Marcel, Maurice Blondel, por citar algunos. La comunicación de Zubiri, «Res cogitans», se publicará en las actas del Congreso. No cabe duda de que asistió también a la importante Exposition Descartes, organizada con motivo del mismo centenario en la Biblioteca Nacional de París.
Desde que ha llegado al Colegio de España Zubiri prosigue la renovación de su vida espiritual, que había reverdecido en Roma, y empieza junto a su esposa el 27 de febrero de 1937 el noviciado como oblato benedictino en la abadía de Santa María, de la Congregación benedictina de Solesmes, situada en la rue de la Source 3. Lo culminará con la profesión de oblatura de ambos el día 26 de diciembre de 1938 ante Jean-Olphe Galliard, abad del monasterio. Este noviciado implica el seguimiento de toda una serie de orientaciones y conferencias espirituales sobre la espiritualidad benedictina y la participación en la liturgia de la abadía. La adopción que hace Zubiri de Anselmo como su nombre monástico pone de manifiesto su admiración por el filósofo y teólogo benedictino Anselmo de Canterbury y probablemente remite a su renacer espiritual en la abadía de San Anselmo de Roma, en la colina del Aventino: «Entre San Anselmo, con la maravillosa liturgia benedictina, y la celda de [Bartomeu] Xiberta, ha brotado lo que por lo visto nunca murió... por la gracia de Dios» (Carta de Xavier Zubiri a Lluís Carreras, 22 de febrero de 1936). También el nombre monástico de Carmen, Francisca, recuerda, quizás no por casualidad, sus tiempos romanos: en Roma ya quisieron ambos ingresar en la Asociación de Oblatos Benedictinos que tenía su sede en la Iglesia de Santa Francesca Romana (también conocida como Santa Maria Novella).
Zubiri no descuidará tampoco su formación científica, filosófica y filológica. Entre los cursos científicos a los que asiste como «estudiante» cabe destacar el de «Mecánica ondulatoria de los sistemas de corpúsculos», en el Instituto Henri Poincaré, impartido por Louis-Victor de Broglie, y el de Física Nuclear de Irène Curie, recién nombrada en 1937 catedrática de Física Nuclear en la Facultad de Ciencias de la Sorbona. Irène Curié y su esposo Fréderic Joliot habían sido galardonados con el Nobel de Química en 1935. En la vertiente filosófica sigue en 1938 un curso sobre «La philosophie juive au moyen age: Avicebron et Maimonide», impartido por Gabriel Théry en el Instituto Católico. En la vertiente filológica, que es la que le ocupará más tiempo, empieza en 1937 un curso de filología irania, impartido por Benveniste, que prolongará hasta febrero de 1938, uno de hebreo, de Édouard Paul Dhorme, otro de gramática asiria y babilónica, de René Labat, y uno más sobre las religiones del Irán antiguo, a cargo de Jean de Menasce (de estos tres últimos sabemos que los empezó en 1937, pero no hemos podido precisar las fechas exactas). Además, en octubre de 1937, empieza un curso de hitita con Louis Delaporte y otro de hebreo con Édouard Paul Dhorme, con quien estudia el Eclesiastés y el Libro de las Lamentaciones, los dos en la École Pratique des Hautes Études. En junio de 1938 recibe el diploma de Hautes Études que reconoce sus conocimientos de filología irania y el día 9 de este mismo mes es elegido miembro de la Societé Asiatique, avalado por Luís Massignon, islamólogo y precursor del diálogo interreligioso, y Émile Benveniste.
Todas estas ocupaciones no le impedirán reunirse regularmente con sus amigos. Durante su estancia en el Colegio de España intima especialmente con Ortega y Morente. Del primero se considera la persona más próxima: «He tenido siempre el orgullo de ser quien le está más próximo» –le escribe el 4 de noviembre de 1936. Será asimismo el primer testigo de la conversión al catolicismo del antiguo decano y catedrático de la Central, Manuel García Morente, y de su decisión de hacerse sacerdote tras el trauma del asesinato de su yerno y de su huida de España con sus hijas, ya viudo. «Juntos hemos pasado de una u otra forma los momentos más graves de la vida...» –le escribirá en diciembre de 1940, con ocasión de su ordenación sacerdotal. Además de los intelectuales ya mencionados, se acerca a Jacques Maritain, a quién también había conocido en la Universidad Internacional de Santander, y a su círculo católico de Meudon.
A finales de mayo de 1937, conversa toda una tarde con Julián Besteiro, que acude a París para asistir a la Inauguración de la Exposición Internacional que tiene lugar entre el 25 de mayo y el 25 de noviembre de este año. De él valora especialmente que haya puesto la amistad por encima de las inclinaciones políticas, a diferencia de José Gaos, antiguo alumno y doctorando de Xavier:
Conocía yo las convicciones de éste [José Gaos] como las conoce usted –le había escrito a Ortega en noviembre de 1936–. Pero siempre pensé que, mientras nada se opusiera a ello, procuraría salvar como sé que lo ha hecho [Julián] Besteiro, espontáneamente, a sus amigos de fuera; en tal caso no me hubiera pasado por la imaginación que dijera: «que Z. se atenga a rajatabla a las consecuencias de lo que ha hecho» (Carta de Xavier Zubiri a Ortega y Gasset, 4 de noviembre de 1936).
Zubiri visita a menudo a Gregorio Marañón en su piso en París, y se reúne y conversa con otros españoles de todas las ideologías que deambulan por la capital de Francia con un ojo puesto en España, sumida en la catástrofe, y el otro puesto en su futuro personal: Ramón Menéndez Pidal, Azorín, Teófilo Hernando, Francisco Javier Conde, por citar sólo algunos. Cada cual intenta buscarse un lugar donde vivir y ejercer su profesión en paz y seguridad.
En el Colegio de España, en silencio
En febrero de 1937, Alfredo Mendizábal, catedrático de Derecho Natural en Oviedo y director del Comité Español por la Paz Civil, convoca por carta a un conjunto de intelectuales expatriados en Francia, entre los que figuran Ortega y Zubiri, para que se reúnan con la finalidad de impulsar una mediación internacional por la paz en España. Así concluye el llamamiento de Mendizábal:
Pronto será el momento de transformar la no intervención en la guerra en una intervención para la paz. Y hay que ir preparando el necesario ambiente a tan generosa iniciativa, que ningún éxito lograría si no contase con la aceptación y la cooperación de los mismos españoles. En este orden de cosas hay ante nosotros una gran labor posible. Si mantenemos relación con los hombres y entidades que fuera de España se ocupan de extinguir la guerra que en nuestro propio hogar acumula víctimas y ruinas, si suscitamos en lo internacional nuevas buenas voluntades de ayuda a nuestro país para lograr la paz, si llevamos a nuestros hermanos católicos, de fuera y de dentro de España, la convicción de que el mayor obstáculo previsible para instaurar la religión en el pueblo es –precisamente– esta guerra anticristiana y fratricida, engendradora de crímenes sin número, habremos contribuido a madurar el fruto de la paz necesaria. ¿Creen ustedes que vale la pena intentarlo?
No nos consta que Zubiri acudiera a la reunión convocada por Mendizábal, a la que sí parece que asistió Ortega.
Tres meses después, en junio de 1937, Salvador de Madariaga, catedrático en Oxford, exministro, exdelegado de España ante la Sociedad de Naciones y exembajador en París, entre otros cargos, se ve con Zubiri en la residencia de Ángel Establier, y le ruega que interceda ante Ortega para que firme un manifiesto a favor de la paz. Sobre ello le escribe Zubiri a Ortega el 15 de junio de 1937:
Mi respuesta sencilla fue decirle que, naturalmente, ignoraba lo que en este caso concreto pudiera usted pensar; pero que desde luego, por analogía con lo que usted pensaba hace algunos meses, no creía que entrara en sus planes mezclarse en tales empresas; más aún, añadí: «aunque hace meses que no hablamos con detalle de estos asuntos, barrunto, (a pesar de que nada me ha dicho en este sentido) que su marcha a Holanda está en gran parte motivada por el deseo de aislarse justamente de todo este género de asuntos». Me pidió a continuación mi opinión, y ésta fue también sencilla: al margen, personalmente, de todo contacto político, me parece que esas iniciativas no pueden ser eficaces más que si logran reunir la adhesión de todos; lo contrario llevaría a dibujar grupos y a desvirtuar por lo tanto lo que se pretende.
Esta opinión de Zubiri coincide efectivamente con lo que el propio Ortega escribe el 2 de agosto de 1937 al pedagogo Lorenzo Luzuriaga, cuando asegura que su postura es la misma que ya había manifestado en una reunión en París, quizás la propiciada por Mendizábal, a quién le expresó entonces –dice– «mi extrañeza de que crea Vd. y crean otros que podemos tener una intervención pública, según las cosas están hoy, los que nos encontramos fuera de España». Añade que el conflicto español no hay lugar para una tercera opción útil al margen de los contendientes: «Sería factible –sigue explicando– trabajar por uno de los dos bandos, pero carece de sentido pretender, hoy por hoy, representar una Tercera España». Afirma que «la cosa es deplorable pero a mi juicio, inevitable, por ahora», y sostiene que aceptar la propuesta de Salvador de Madariaga es ridículo y contraproducente porque mostraría la «inanidad» de la «tercera posición». En realidad, Ortega practicará «la disciplina del silencio» durante la Guerra Civil y no hará ningún pronunciamiento público explícito sobre la misma, aunque buscará privadamente congraciarse con las autoridades nacionales, y publicará un texto, «En cuanto al pacifismo» (1937), que añade al «Prólogo para ingleses» de La rebelión de las masas, donde, en el marco de una reflexión general sobre la situación europea, sostiene que el «pacifismo», como puro deseo de que no haya guerras desconoce la naturaleza del ser humano y las fuerzas reales que desencadenan las guerras y es, por su ingenuidad, del todo insuficiente para lograr la paz. Esta no se alcanzará sin abordar las causas de la guerra y crear las bases para una convivencia justa. En el mismo texto viene a decir, que en Madrid fue forzado por los comunistas a firmar un manifiesto pro-República, antes de exiliarse, y critica a quienes, como Albert Einstein, se posicionan sobre la guerra de España desde la «ignorancia radical».
Por su parte, Zubiri no adoptó una postura pública de neutralidad activa en favor de la paz, como hicieron otros intelectuales que han sido ubicados en la llamada «Tercera España», sino que se mantuvo en silencio a lo largo de toda la Guerra Civil. Desde luego, no se identificaba con un bando republicano hegemonizado por comunistas y anarquistas, a los que responsabilizaba de la persecución y asesinato de muchos religiosos, y tampoco quería significarse en Francia en ninguna acción pública de talante neutral después de su carta de adhesión al Gobierno de Burgos, en la que declaraba su voluntad expresa de volver a España.
Sin embargo, a pesar de esta adhesión privada al bando nacional, Zubiri nunca más se pronunció durante la guerra ni después de ella a favor de los nacionales o del régimen de Franco. Quizás la mejor definición de personas como él sea la que da Marañón cuando escribe en septiembre de 1938 al conde de Bulnes, cónsul del Gobierno nacional en Génova, para tratar de obtener un pasaporte español para Zubiri:
Don Javier Zubiri, a quien seguramente conoce usted, catedrático de la Facultad de Filosofía de Madrid, se encuentra en el mismo caso en que yo estaba respecto al pasaporte y que usted amablemente me resolvió. Pertenece al grupo de los que yo llamo «almas en pena», es decir, de los que sin pasado político activo y estando decididamente en contra de los rojos, no pueden estar en España por razones del momento.
A Zubiri habría que situarlo más bien entre intelectuales como Severo Ochoa que, aunque muy afectados por el conflicto, optaron por centrarse en sus respectivos campos de trabajo huyendo de todo posicionamiento político. Así lo hizo él toda su vida. El régimen franquista, que buscaba atraer a destacados intelectuales a su causa, no logró en sus cuatro décadas el apoyo de Zubiri. En su Epistolario queda documentado su rechazo a aceptar cargos políticos, académicos, ofertas de representación o conferencias en el extranjero, que le habrían reportado buenos beneficios económicos y privilegios, pero que indefectiblemente le habrían implicado en la estructura oficial del régimen. Para Zubiri fue siempre innegociable preservar su independencia intelectual; quiso mantenerse siempre apartado de toda disciplina política, defendiendo la libertad del pensamiento filosófico frente a presiones ideológicas y polémicas políticas, sin hacer concesión alguna a ningún tipo de totalitarismo o autoritarismo, ni caer en ninguna demagogia de derechas o de izquierdas. Estas actitudes suyas se anclaron en su propia filosofía, en su aproximación a lo moral, lo social y lo histórico desde el estudio de la estructura de la realidad, de la inteligencia y de la condición humana. Así se mantuvo hasta el final, fueran cuales fueran las circunstancias del país.
Este silencio no será óbice para que ayude durante su estancia en el Colegio de España a amigos como José Bergamín e Eugenio Imaz, que llegan a París cuando Zubiri está residiendo en el Colegio y que militan claramente en el bando republicano. Los tres amigos habían liderado juntos años atrás la revista Cruz y Raya y habían compartido su proyecto cultural. Las posiciones pro-republicanas de Bergamín e Ímaz durante la guerra, frente al silencio de Zubiri, llevaron a la ruptura de su relación. Pese a ello, Zubiri manifiesta en carta de noviembre de 1936 a Ortega que Bergamín e Imaz y sus «angustias» le hacen sufrir.
En junio de 1937, ayuda a Ángel Establier a elaborar unas listas para distribuir a profesores españoles entre países latinoamericanos, insistiendo especialmente en colocar a su amigo Eugenio Ímaz. Así lo explica Gabriel Mistral:
El profesor Establier, jefe de ciencias en el Instituto, me buscó para que organizáramos un poco este trabajo. Confeccionamos una lista provisoria, con la ayuda preciosa del señor Zubiri, procurando considerar en ella la índole de nuestros Gobiernos [...] Tuve el gusto de conocer a Carmencita en París. Ella y su marido me dejaron un bonito recuerdo. El señor Zubiri tiene mucho interés en colocar a Eugenio Ímaz; creo que irá entre los primeros de la lista mexicana.
Este interés por favorecer a Eugenio, y a otros amigos y conocidos, pone de relieve la personalidad de Zubiri y la importancia que daba a la amistad, por encima de toda posición política. En octubre de 1938, justo antes de dejar el Colegio de España e irse a vivir al piso de la Rue Felicien David. Zubiri asiste, junto a Azorín, Pío Baroja, Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Teófilo Hernando y otros, al homenaje a Enrique Loncán, encargado de negocios de la embajada Argentina, que había prometido asilo a los intelectuales españoles y sus familias.
No sabemos el tiempo que Zubiri se habría quedado en París, si hubiera podido, porque, a fin de cuentas, en el aspecto intelectual acabó sintiéndose a sus anchas en la capital francesa. Pero tuvo que irse, acuciado por la entrada de Francia en guerra contra Alemania, en los albores de la Segunda Guerra Mundial. El 2 de septiembre de 1939 Zubiri regresó a San Sebastián. Poco después, el régimen de Franco lo sometió a un proceso de depuración e impidió que diera clases en Madrid. Zubiri se trasladó a Barcelona, donde ocupó la cátedra de Historia de la Filosofía hasta que, en 1942, renunció a ella y se dedicó a la docencia privada bajo el mecenazgo del Banco Urquijo y el paraguas de la Sociedad de Estudios y Publicaciones (SEP), de la que fue cofundador, junto a su gran amigo Juan Lladó, en 1947. Juan Lladó había participado en la comisión redactora de la Constitución de 1931; después de la Guerra Civil fue sometido a un proceso sumarísimo por «auxilio a la rebelión» y estuvo encarcelado más de un año. Posteriormente fue el consejero delegado del Banco Urquijo.
Zubiri redactó el proyecto e ideario de la SEP, donde asegura que la entidad
no quiere ser un centro de conferencias acerca de las últimas novedades. Sus enseñanzas no responden a asignaturas sino a problemas, problemas fundamentales de nuestro mundo y que no se pueden encasillar en las retículas al uso. [...] A lo largo del tiempo podrá ir percibiéndose su influencia, tanto más honda cuanto más callada.
Como director de la SEP, Zubiri intervino para apoyar económicamente a muchos investigadores e intelectuales españoles al margen de criterios políticos.
Mucho peor le fue inicialmente a Ángel Establier, que en febrero de 1941 presentó su dimisión como director del Colegio de España, temiendo ser apresado por las autoridades alemanas que ya controlaban París, y volvió a España. Huyendo del fuego cayó en las brasas: el 16 de diciembre de 1942 fue detenido por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, bajo el cargo de masón. Los amigos de Establier: Ortega, Marañón, Zubiri, y otros, movieron sus hilos e influencias, según carta de Severo Ochoa a Jiménez Fraud del 28 de marzo de 1943, para lograr su libertad provisional. En noviembre de 1945 logró salir de España. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se hizo justicia con Establier gracias al apoyo que recibió del Gobierno francés, que resistió las presiones de las autoridades franquistas, y pudo reincorporarse a su puesto de director del Colegio de España, reparando los destrozos provocados por la ocupación de la Cité. El cargo lo ostentó hasta 1949. Fue, durante la guerra y posteriormente, un símbolo de una forma civilizada de convivencia entre españoles que pudo ser y no fue.
Por su lado, Xavier Zubiri, manteniendo su silencio sobre la situación española hasta el final de sus días, cosa que le acarreó no pocas críticas, se dedicó pacientemente a construir su filosofía con absoluta independencia y creó en la Sociedad de Estudios y Publicaciones un marco propicio para el pensamiento y la investigación libres, como primicia y ejercicio anticipado de lo que debía ser una sociedad democrática.
J. C. / J. A.V.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BAGUR TALTAVULL, Joan. «Ortega en búsqueda de la circunstancia liberal (1936-1955)», Daimon. Revista Internacional de Filosofía, 2020, Suplemento n.º 8, pp. 41-54.
CASTRO, Carmen. Biografía de Xavier Zubiri. Málaga: Edinford, 1992.
COROMINAS, Jordi y VICENS, Joan Albert. Xavier Zubiri. La soledad sonora. Segunda edición, Arca21 en Amazon, 2024.
DOOP, Joseph. «Le Congrès Descartes» Revue Philosophique de Louvain, 1937, n.º 56, pp. 664-679.
MARÍA PEDREROL I PIÉ, Anna. El mundo de Ángel Establier (1904- 1976), 2022.
ZUBIRI, Xavier. Epistolario. Madrid: Fundación Xavier Zubiri-Alianza Editorial, 2024.